La belleza de la Provenza, situada al sureste de Francia, enamoró e inspiró a pintores de la talla de Van Gogh o Cézanne; lo que marcaría un antes y un después en sus carreras gracias a sus estancias en la misma. Su luz, su gastronomía, su cultura y su particular encanto hechiza a todo aquel que tiene la suerte de conocerla.
Mi viaje empieza un lunes y acaba un jueves, y aunque cuatro días son definitivamente pocos para conocer una zona tan extensa, tuve tiempo suficiente para hacerme una idea de la belleza rural de sus pueblos; y del atractivo de dos de sus ciudades. Así pues, voy a dividir mi viaje en tres artículos: “Pueblos de la Provenza” y “Arles, la ciudad más bonita de la Provenza» y «Aix en Provence”.
El lunes madrugué para coger un vuelo directo desde Madrid a Marsella. En mi caso, elegí Air Nostrum para el viaje de ida y vuelta y fue una buena idea: trayecto rápido y sin retrasos. En Marsella nos esperaba un coche (algo absolutamente fundamental para conocer bien la zona) que nos acompañó durante los cuatro días. Primera parada: Maubec.
Maubec es un municipio a menos de una hora del aeropuerto de Marsella que se encuentra encaramado a una colina paralela al Luberon: “la Montagnette”. Maubec ofrece una vista impresionante desde los Monts de Vaucluse hasta el macizo del Luberon. Comer con este espectáculo delante se puede hacer desde La Bergerie, un pequeño restaurante con una terraza panorámica muy recomendable.
A Maubec no le dediqué el tiempo que me hubiera gustado porque enseguida salimos hacia Oppède le vieux, donde teníamos organizada una de las actividades que más me gustaron del viaje: una ruta en bici con Vélo Loisir Provence (asociación dedicada a la visita del Luberon en bici) de una hora para visitar los viñedos y los pueblos más bonitos de la zona. Poder sentir la suave brisa del Mistral mientras se me llenaban los pulmones de aire fresco con aroma a lavanda mientras pasábamos por pueblos que parecían haber salido de cuentos fue maravilloso.
La lavanda es una seña de identidad de la Provenza, y aunque su etapa de máximo esplendor es entre junio y agosto, yo no quería dejar de visitar el Museo de la Lavanda para conocer el negocio y los beneficios de esta planta milenaria. El museo, situado en Coustellet, muy cerca del pueblito anterior, tiene una colección impresionante de alambiques reunida durante más de 20 años; y me gustó mucho conocer cómo es el proceso de destilación. La tienda del museo es una monada, y comprar un botecito de aceite esencial, cuyas propiedades hace que sea útil para múltiples tratamientos, es casi obligatorio.
Del museo nos trasladaron directamente a Gordes; clasificado como uno de los pueblos más bellos de Francia. Gordes se alza frente al macizo del Luberon, anclado en las alturas rocosas, y es una parada imprescindible si viajas a la Provenza. Su castillo
fue declarado monumento histórico en 1931, y su arquitectura combina el arte defensivo con los nuevos usos y costumbres del Renacimiento. Sugiero deambular por sus calles, desde el barrio del Castillo hasta el de la Fontaine Basse, donde cada rincón desprende una belleza absolutamente mágica.
Para poner el broche de oro a un día intenso y maravilloso, nos alojamos en el hotel Auberge de Carcarille, un encantador oasis de paz situado en un entorno idílico. El restaurante del hotel es una preciosidad; y si tienes la suerte de que el tiempo te acompañe, puedes cenar un menú creativo y exquisito bajo las estrellas de la Provenza.
El martes amanecí temprano para hacer el viaje de media hora desde Gordes hasta Fontaine de Vaucluse, un pintoresco pueblecito que alberga la primera resurgencia de Francia (y la quinta del mundo) por su volumen de agua. Caminamos hasta el pozo a la orilla del río Sorgue y, aunque en
estas fechas los turistas suelen ser sorprendidos por la profundidad de aguas cristalinas que surgen de las entrañas de la montaña, y que han formado un acantilado impresionante de 230 metros de alto, no fue nuestro caso, dado que la sequía de los últimos meses nos impidió presenciar tal espectáculo.
Continuamos nuestro recorrido trasladándonos a Isle Sur La Sourge, una pequeña ciudad conocida popularmente como la “Venecia Comtadina”, absolutamente cautivadora debido en parte a su excepcional enclave entre las aguas cristalinas del Sorgue. Estas aguas tienen la fuerza motriz necesaria para la artesanía y la industria, por lo que la ciudad está repleta de ruedas álabes que le dan un atractivo especial. Para los amantes de los anticuarios esta ciudad puede ser el paraíso, ya que cuenta con más de 300 establecimientos que atraen a más de 100.000 turistas en los meses de temporada alta. También los aficionados a la moda y a las telas en particular pueden encontrar su lugar en el flamante museo Brun le Vian Trian, que gira en torno a la historia de la la hilandería activa más antigua de Francia. Recomiendo encarecidamente que si os decidís a almorzar en esta maravillosa ciudad lo hagáis en Au Jardin du Quai, un cautivador restaurante con un aire “retro” y una cocina exquisita que me entusiasmó.
Para seguir conociendo el encanto de de dos de las ciudades más bonitas de la región de la Provenza, Arles y Aix en Provence, tendréis que estar atentos a nuestras redes sociales, donde avisaremos de la publicación del próximo artículo. ¡Gracias por acompañarme!
1 Comments
Francisco
Excelente artículo. Estoy deseando hacer la ruta que propones