Es domingo 5 de marzo de 2017. Al levantar la persiana descubrimos un día parisino. El tímido sol naciente nos deslumbra, aunque sabemos que pronto será agazapado por una gran colina de nubes. Quizás haya días mejores para viajar, pero lo cierto es que este contratiempo no impide que madruguemos y nos coloquemos frente al volante. Tras cuarenta minutos de travesía abandonamos la comunidad madrileña y alcanzamos las tierras del señor Don Quijote y de su amada Dulcinea para llegar a Cuenca.
Después de recorrer una pequeña parte de la geografía castellano manchega llegamos a una de las ciudades más atractivas, históricas y silenciosas de Castilla La Mancha, la querida Cuenca. Al bajar del coche estamos felices por regresar, pero notamos como la temperatura ha descendido unos ocho grados, lo cual nos invita a abrigarnos un poquito más. Son muchas las ocasiones que aprovechamos para visitar esta ciudad, pero en el caso de que sean novatos en la villa conquense les recomiendo recorrer el imponente Puente de San Pablo dónde podrán observar las famosas Casas Colgadas. No cabe duda de que Cuenca es una pequeña y acogedora ciudad en la que debes perderte callejeando por sus estrechas y toledanas calzadas. Continuando con nuestra particular visita y después de pasear durante horas por este monumento colosal nos dirigimos al número veintidós de la calle Alonso de Ojeda. Allí nos encontramos con el Restaurante Candela. Aunque si somos honestos diremos que lo primero que hicimos fue buscar restaurantes en Cuenca con ayuda de Google y a través de Tripadvisor les encontramos. Llamamos para reservar mesa, nos contestaron con rapidez y desde el minuto uno el trato fue espectacular. Es más, el receptor de mi llamada se ofreció guiarnos si en algún caso nos perdíamos, pero con el gps lo encontramos sin mayor problema.
Un edificio de cuatro plantas que combina ladrillos y piedras nos da la bienvenida. El dintel y la puerta del restaurante se compone de una cálida y vistosa madera, la cual se remata con un farolillo. El mesón se ubica en un rincón muy atractivo de la ciudad manchega, ya que está próximo al río y al casco histórico de la ciudad conquense. Una vez dentro, no tuvimos problemas para encontrar sitio. En la barra había un par de comensales y el comedor estaba completamente vacío. A nosotros siempre nos dijeron que no debes fiarte de un lugar sin gente, pero en este caso nos aventuramos a probarlo. Además, como ya he comentado Cuenca es pequeña y no hay una excesiva afluencia de gente en calles o restaurantes. Una vez sentados observamos con atención cada rincón del local. El contraste entre las vigas y las columnas de madera y la pintura blanquecina que predominaba sobre las paredes y techos nos llama la atención.
Con rapidez y amabilidad nos atendió una pareja mixta de camareros. La bebida se sirvió en un tiempo de récord y justo después, el que parecía dueño del restaurante nos explicó el sistema que utilizaban allí: «Nosotros tenemos doce platos (raciones) para compartir entre dos o más personas, cada plato se sirve de forma individual y cronológica con el fin de dar una experiencia agradable y satisfactoria al cliente». La sinceridad del camarero también es de agradecer: «Otra de las razones por la cual los platos van de uno en uno es que la cocina es pequeña y el espacio es reducido». Tras escuchar las recomendaciones decidimos pedir cuatro platos y medio. La primera en llegar fue la ensalada de queso de cabra caramelizado con mermelada de tomate y frutos secos. La compartimos entre los cuatro comensales y les aseguro que la ensalada no duró más de tres minutos en la mesa.
El segundo plato fue el foei de pato caramelizado con frutas del bosque y frutitas osmotizadas. Nos gustó, es innegable, pero la ración era perfecta para dos. Después vino el plato estrella del día, llegó el riquísimo y sabroso bacalao confitado con crema de ajo tostado, cebolla caramelizada y mermelada de pimiento. En la recta final llegó un plato que estaba fuera del menú, la lasaña de cordero con puré de zanahoria. Una magnifica recomendación de la casa que nos dejó con la boca abierta. Por último, procedimos al pollo picantón con piña, canela y pimienta de Jamaica. Tras reposar las raciones nos pensamos los postres. Más de seis tipos de dulces componían la carta. Todos eran realmente apetecibles, por esta razón pedimos el brownie de chocolate blanco con pistacho, crema de uva, chocolate fundido y peta zeta combinado con tarta de queso. Para concluir pedimos un par de cafés y tés que nos ayudaron a rematar una comida de escándalo. Es importante remarcar que los platos, el trato al cliente y la pulcritud del local eran impecables. Y aunque no me guste hablar de precios, los 20/25 euros por persona son dignos de pagar.
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